Sígueme

Síguenos en Twitter Siguenos en Facebook Siguenos en Google+ Siguenos en Linkedin Siguenos en Blogger Siguenos en Blogger Siguenos en Blogger

jueves, 13 de diciembre de 2012

Relato. "Todo a medias"



El cuento de nunca acabar.

            Después de años y años de experiencia en lo que respecta a lo inacabado, me he decido a compartir mi situación con la esperanza de encontrar alguien en mi misma situación. Supongo que todo empezó cuando nací, que lo hice a medias. En este sentido no puedo concretar mucho más, ya que no recuerdo nada. Pero hablando con mi madre, un día me enteré que le tuvieron que practicar cesárea, ya que el parto se quedó a medias. En realidad todo encaja. Ésa es la historia de mi vida: todo a medias.
            Cuando era pequeño me regalaron el castillo de Lego. Empecé a montarlo, pero no concluí nunca el ensamblado de piezas hasta poder contemplar mi obra. Algo muy similar me ocurrió con la bicicleta. Tuve que dejar de montar, ya que pedalear de forma constante me resultaba aburrido. No solía representar ningún problema. Me quedaba rezagado del grupo, pero siempre acababa encontrando a mis amigos. Decidí dejar de montar en bicicleta el día que me dio un ataque de “a medias” en una pendiente ascendente. Ni siquiera tuve reflejos para apretar la maneta de freno y que todo quedase en un susto. Simplemente, dejé de pedalear y de realizar cualquier otra acción. Recuerdo que empecé a recorrer de nuevo el mismo camino que había realizado hacía unos minutos, pero en sentido contrario y de espaldas. Los quince primeros metros resultaron fáciles, ya que los recorrí en línea recta. Cuando todo parecía ir bien, mi cerebro se reactivó, ¡y en qué momento! Debió ser el lóbulo derecho el primero en desperezarse, porque mi mano izquierda cobró conciencia de sí misma y tomó la decisión, sin consultarme siquiera, de realizar una peligrosa acción por su propia cuenta: simplemente las puntas de los dedos querían tocar la palma de la mano. No es que sepa de lo que estoy hablando con exactitud. Todo es pura deducción, ya que mi mano se cerró, con tan mala suerte que la maneta del freno estaba justo en medio del recorrido de los dedos. Al convertirse la mano en puño, la zapata de freno bloqueó la rueda delantera, haciendo que derrapase y me pusiese nervioso. Como la situación requería cierta frialdad y yo soy de los que hacen todo a medias, mi único reflejo fue girar el manillar a la derecha, tratando de compensar la acción tomada por la mano izquierda, con una decisión poco meditada por parte de la otra mano. Supongo que demandaba protagonismo. Tal vez era sólo afán de hacerse la heroína. El caso es que, al no ponerse de acuerdo ambas para salir de la situación, mis pies también quisieron adquirir cierto protagonismo, de modo que cada uno huyó de su posición en los pedales para intentar que retomase el equilibrio. No les echo nada en cara: al menos actuaron de forma conjunta. Hicieron lo que tenían que hacer. Lástima que su intento resultase inútil.
La bicicleta se escurrió por la arena, haciendo que yo aterrizara sobre minúsculos granos que se introdujeron bajo mi piel una vez lacerada. Ni siquiera lloré… Lógico. Simplemente hice unos cuantos pucheros.

            El tiempo fue pasando a medida que yo iba creciendo. No estoy muy seguro de qué acción está supeditada a la otra. Una vez me paré a pensarlo, pero lo dejé a medias y no llegué a ninguna conclusión. Supongo que crezco porque pasa el tiempo y éste pasa para poder crecer. Si no creces el cuerpo se queda pequeño y dada mi situación, sería ya el colmo. A otras personas que les sucede algo parecido, se las hormona para que consigan alcanzar una talla mayor.
Recuerdo que un día, estando en el patio del colegio en pleno recreo, un balón vino hacia mí. Esto no es sorprendente si se me permite aducir que estábamos jugando al fútbol. Es lógico pensar que cuando los niños juegan al fútbol, lo que desean con mayor fervor en ese momento, es que un balón les llegue a los pies para poder hacer alarde de su agilidad y marcar un gol. Es la manera más fácil de destacar en el colegio. Otra es sacando buenas notas. A mí siempre me quedaba la mitad de las asignaturas para Septiembre. Sólo conseguía aprobar un cincuenta por ciento.
El caso es que el balón, protagonista absoluto en esta coyuntura, se acercó lentamente hasta que mi pie derecho se alzó desde la punta, enseñando la planta del pie a la figura esférica que se acercaba. Una vez entraron en contacto me decidí a tomar acción en el juego. Tenía varias opciones: podía correr por la banda derecha, en línea recta desde donde estaba situado, hasta llegar a tres metros de la raya de fuera y dar un pase a otro compañero para que rematase a puerta; también podía regatear al rival que tenía de frente a mi izquierda, engañándolo, haciéndole creer que haría precisamente lo expuesto en la idea anterior y dirigirme al círculo central del terreno de juego. Una vez ahí podría volver a estudiar mis posibilidades para realizar un ataque de forma satisfactoria; otra opción viable era pisar el balón con la intención de retroceder. De esta manera conseguiría dos cosas: una hacer algo que nadie esperaría y, de ese modo, engañar incluso a mis propios compañeros de equipo. El factor sorpresa siempre es bueno. Y por otro lado conseguiría el objetivo principal de dicho movimiento, que era ganar ángulo para poder chutar el balón hacia adelante sin que chocase con el rival que he mencionado antes, y que estaba situado delante y a mi izquierda… Barajé otras opciones también válidas, supeditadas al resultado final. Tenía tantas ganas de realizar bien la acción y de valorar todos los pros y los contras, que cuando me decidí a dar un paso para dirigir el balón, me di cuenta de que el esférico ya no estaba en mi posesión. Aquel día me cayeron unas cuantas collejas. Al final conseguí marcar tres goles de seis remates a puerta. No recuerdo el resultado final, pero juraría que ganamos. Al menos prefiero pensar que ganó mi equipo: es más reconfortante. Lo que sí recuerdo es que el partido no terminó a medias. Lógico: sonó el timbre que daba por concluido el tiempo de recreo. Además no dependía de mí.
            Aunque aquella época es muy confusa por eso de la memoria y el paso del tiempo (enemigos acérrimos).

El otro día, haciendo limpieza en casa encontré una carpeta con deberes y exámenes. Por cierto, cariño, si lees esto, te juro que en cuanto pueda acabo de recoger la casa. Resulta que ojeando mis deberes me dí cuenta de que mi patología ya se veía reflejada de manera fehaciente desde mi más tierna infancia. ¿Se puede alguien creer que encontré una división en la que tuve el valor de poner “sigue con decimales”? Algo tan descabellado hizo que me parase a pensar, intentando hacer memoria y recordar otras cosas. Fue entonces cuando me vino a la cabeza mi famoso “así sucesivamente”… Debía estar en primer o segundo curso. Mis padres me obligaron a aprenderme las tablas de multiplicar. Tras horas de estudio, no recuerdo si fue mi madre o mi padre quien me preguntó si ya dominaba el arte de la multiplicación simple. Dije que sí y me senté en el sofá para recitar la tabla del tres. Todo empezó bien. Era relativamente sencillo. “Tres por uno, tres; tres por dos, seis; tres por tres, nueve; tres por cuatro, doce… y así sucesivamente”. Aquel día me creció la patilla derecha centímetro y medio.  

            No quiero extenderme más de lo necesario. Como he dicho desde un principio, mi intención es que mi problema (porque de veras que puede llegar a ser un auténtico problema) sea compartido por todas las personas que quieran leer mi historia. De este modo tal vez encuentre a otros semejantes con esta dolencia y poder crear una asociación del Síndrome del Todo a Medias (S.T.M.). Al fin y al cabo, todos los días se descubren enfermedades nuevas. Si bien el cáncer y el S.I.D.A. han sido denominadas las plagas del siglo XX, tal vez lo que ahora es una característica de la personalidad humana, sea una enfermedad en toda regla en un futuro. ¿Quién sabe? Incluso puede que se nos reconozca una pequeña pensión. No me malinterpreten: no pretendo vivir del cuento en absoluto. Pero reconozcan que vivir durante años sin aumentos de sueldo, es duro. No es que me tome mi trabajo a la ligera o que tenga falta de interés. Mi problema (y tal vez el de más gente) radica en que hacer lo mismo de manera constante y de forma repetitiva puede llegar a ser peligroso. Y como es lógico, nadie tiene la capacidad de desarrollar diferentes medios para subsistir de forma sostenible. No puedo pretender cambiar de puesto de trabajo cada año para poder concentrarme en algo sin perder la pasión. Es imposible ser médico hoy y abogado mañana. En este sentido hay que matizar que es la propia dolencia que padezco la que me impide estudiar diferentes carreras, ciclos formativos o masters para salir del pozo donde, ni siquiera me he caído. Adivinen: me he quedado atascado a mitad de trayecto en caída libre.
            Hasta hace poco la fibromialgia no era más que gente con cuento y pocas ganas de mover el culo. Ahora se sabe que en absoluto carecen de voluntad. Simplemente su día a día es un infierno. O qué decir de la hiperactividad. Hasta hace bien poco se curaba a base de capones, gritos e insultos. El síndrome de fatiga crónica o la astenia primaveral también es algo con lo que muchas personas tienen que lidiar en su vida cotidiana. A lo que yo me refiero es que mi “todo a medias” se equipare, por ejemplo, con el trastorno de déficit de atención. Si uno se para a pensar, es algo muy parecido. El problema es que hace falta que gente que no tiene este traba se fije en alguien como yo. No es que pretenda excluir a personas que comparten mi problema, pero cabe pensar que si un médico siente curiosidad por investigar al respecto, necesitaría que los estudios se llevasen a término.

            Si alguien considera oportuno hacer pruebas con mi persona, puedo asegurar que me encantaría poder ayudar. La única condición que pondría es que no pusiesen mi nombre a la enfermedad. No me gustaría pasar a la historia como “el tipo con la enfermedad esa”. En realidad, y puestos a pedir y poner condiciones, rogaría que alguien me asegurase que no iba a sufrir daño alguno.
Para empezar y antes de que me pongan electrodos en la cabeza o cualquier parte del cuerpo, bastaría con que echasen un vistazo a mi casa. Mi mujer y yo compramos el piso ajustando nuestras necesidades y presupuesto. Se que eso es lo que hace todo el mundo. Una vez firmamos la hipoteca y nos metimos en el piso, nos dimos cuenta de la falta que hacía realizar algunas reformas. Al no tener dinero suficiente, decidimos hacerlo nosotros mismos. Es fácil. No hay más que ir a un almacén de material o a una gran superficie de bricolage y echar un vistazo, decidir qué quieres, tomar algunas medidas y ponerse manos a la obra.
Si fuese una persona normal y corriente, tendría un piso cantidad de bonito. En su defecto, contamos con un salón medio pintado, lleno de agujeros en el techo y cables colgando. Por no hablar del pasillo, que tiene un techo que quedó muy bien, pero con un suelo medio levantado. Imaginen que empresa más difícil es ir del cuarto de baño a la habitación, procurando que no se desencaje ninguna cadera o se tuerza un tobillo. Por no hablar de las ventanas de madera rústica que nos aíslan del calor exterior en invierno y de la brisa fresca en verano. Es para verlo.
A pocas personas les ha pasado desapercibido las huellas de pintura roja que hay en el mando a distancia de la televisión. Nadie se ha llegado a creer que lo hice aposta para dar cierto aire modernista a diferentes elementos del hogar. El único radiador que protegí con papeles antes de pintar es el que sigue cubierto de papeles y está colgado en la única pared sin pintar de la casa. La alarma la tengo medio instalada. Sólo falta poner detectores de presencia, un teclado y la sirena, para así evitar que entren los amigos de lo ajeno. Mi mujer suele echarme la bronca porque ve la marca de haber pasado el dedo para comprobar que las estanterías tienen polvo y así se queda la cosa. Ir conmigo al cine es algo de lo que mis amigos huyen. No hay manera de ver películas enteras. Me cuesta sobremanera concentrarme en un mismo argumento durante más de cuarenta y cinco minutos. Necesito varias sesiones para disfrutar de los largometrajes.

            ¿Y el coche? El pobre siempre está o limpio por fuera o limpio por dentro. Lo sencillo y lógico es hacer ambas cosas a la vez, ¿no? Si empleamos la lógica, resulta más sencillo pagar para que alguien lo haga y, de ese modo, te cercioras de que al menos, el trabajo se acabe… Pues no hay manera. Voy a una gasolinera, vacío el coche de trastos, conecto el aspirador, limpio, desinfecto, vuelvo a llenar el coche y me voy a casa. Hasta que la mujer me pregunta y tras escuchar mi respuesta, argumenta: “Túnel de lavado, cariño. Túnel de lavado”. Cómo la quiero. Es un sol. Lo que tiene que aguantar la pobre… En la boda sólo dije “Si”. Por las mañanas, cuando me despierto, digo “días”. Y no preguntéis por el café, porque

No hay comentarios:

Publicar un comentario