Caer en el insulto está lejos de mi intención. En realidad
lo que quiero es hacer una profunda reflexión sobre todo lo contrario, y es que
solemos caer en el error de humillar a propios y extraños con suma facilidad y
gratuidad.
Al margen de que el insulto es nuestro deporte más extendido
y practicado, quería pararme a meditar sobre lo frágil que es el concepto de
congeniar con las personas que nos rodean, en cierto sentido, resumiéndolo al
absurdo.
Todos hemos espetado alguna vez un "Fulan@ es un/a gilipollas".
Al margen de la obviedad que hay en el hecho de que a
nuestro alrededor siempre habrá personas que nos resulten indeseables, hay que reconocer
un hecho tan básico como que Fulan@ es una persona que, aunque nos resulte antipática
o desagradable al trato, por seguro que habrá un número de personas (mayor o
menor) que l@ consideren una excelente persona. Siempre hay alguien.
Lo importante, y es donde quiero llegar a parar, es si alguna
vez nos hemos puesto en el lado opuesto: ¿soy un gilipollas?
No se por qué me da que esto suele ocupar más bien poco
nuestros pensamientos al reflexionar sobre la gilipollez y sobre el lado en el
que suele aletargarse. No creo que nadie se pare demasiado tiempo a pensar en
si podría tratarse de un virus que se contagia por vía aérea o si es de
transmisión sesual (de seso). Puede
que sea una cuestión hereditaria: podría ser como la calvicie, que aún nadie se
ha puesto de acuerdo si la culpa es por parte de padre, madre, abuelo o es como
los árboles, que eres caduco o perenne y punto. También cabe la posibilidad de
que sea como el talento, que se salta una generación.
Lo se, lo se: a mi me ha caído de todas partes. Si es la lotería,
he sido desgraciado con muchos premios.
Pero, no os confundáis, que aquí todos tenemos el mismo
genoma de la gilipollez.
Que yo tenga el gili
rizado y los pollas lisos, no
significa que el resto quede excluido.
Todo queda en que nuestra gilipollez sea compatible y de ahí
que nos llevemos mejor o peor...
Que no se nos olvide que la mayor parte de las veces que
espetamos ese fantástico “¡¡…si será gilipollas!!”, lo cierto es que ni
siquiera conocemos personalmente al ultrajado. Y mejor, porque deduzco que la
primera impresión se confirmaría.
Ahora, piensa en alguien.
Lo se: has pensado en un/a gilipollas.
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