Nos
prometieron bonanza con la llegada del Euro, esa moneda única que cabalgaba a
lomos de poco menos que un Pegaso. Pidieron paciencia porque el cambio se
realizaría poco a poco. Había que medirse con otros países más fuertes, por lo
que tendríamos que hacer un esfuerzo y adaptarnos a los precios de Francia o
Alemania mediante subidas de impuestos o redondeos al alza. Nuestros salarios han dado para poco esta última década, pero con las
ayudas percibidas desde la Comunidad Europea,
todos suponíamos que España se estaba poniendo a la altura de otras naciones
punteras en economía.
Pues
resulta que lo que ha pasado es que ese dinero prestado se lo han repartido
entre unos cuantos y nos han dejado con los mismos sueldos que hace diez años…
¿Quién iba a pensar que en un país como España, en pleno siglo XXI podría
suceder algo así?
Esta
forma de dejar al pueblo desvalido es más propia de países a los que mandamos
ayuda y las tropas rebeldes se encargan de bloquear lo que con toda seguridad
sería vidas salvadas: que la riqueza se la repartan entre un quince por ciento
y el ochenta y cinco restante se tenga que buscar la vida, es más propio de
países que viven bajo el yugo de la opresión tiránica de una dictadura que en
una esplendorosa democracia.
O es
que nos han estado tomando el pelo.
Que
haya llegado la hora de devolver esas ayudas y que no tengamos cómo hacerlo, no
significa que estemos exentos de arrimar el hombro. Grecia bien sabe que el
hecho de tener las arcas vacías no es una excusa para argumentar la negativa a
cumplir las responsabilidades. Desde otro punto de vista, la alabada “dación en
pago”, podría considerarse igual de demagógica. El verdadero problema sería
depurar responsabilidades desde la base y pedir compromisos a aquellos que han
estado administrando dichas ayudas todos estos años. También se podría perseguir
el fraude con mano de hierro y congelar las cuentas de aquellos que defraudan a
ese país al que tanto dicen amar. Son esos mismos que no pagan lo que debieran
los que se ponen banderitas en las solapas de sus carísimos trajes. Bien rápido
nos embargan a los currantes nuestras nóminas cuando se nos olvida pagar el IBI
o tenemos una multa pendiente.
Pero
claro, hay que ser realista: no todos somos iguales. Nos han vendido esa falsa
sensación para apaciguarnos, pero nada más lejos.
No
somos iguales cuando unos van a la cárcel y otros consiguen millones de euros
de indemnización prestado por bancos que poco después se declaran insolventes.
Tampoco
se nos mide por el mismo rasero cuando a un trabajador que gana 1.200 euros le
ponen una multa por ir a 100
km/h en una zona de 90 y bien le desestabilizan hasta la
siguiente paga extra, mientras que a una persona que lleva su coche de lujo a 200 km/h en una autopista,
le cae una sanción que sólo le obliga a renunciar a… bueno, a nada.
De
hecho, no somos iguales de ninguna de las maneras.
"Un Euro
por tus pensamientos".
...Pero que no sea un arancel.
No hay comentarios:
Publicar un comentario